Frecuentemente, al dolor de ser maltratado se añade el dolor de no ser creído, con lo que a la ofensa se suma el agravio. En el momento en que un niño acosado confiesa su calvario y el adulto que tiene delante no le cree, empieza a tener una sensación de indefensión, de impotencia y de pesadilla, de «esto no puede ser verdad»… En múltiples casos, la víctima relata cómo sus profesores le someten a preguntas tales como «¿Estás segura de que fue así?», «¿No será que tú le habías hecho algo antes?», «¿No será que eres demasiado susceptible?» Es decir, el acosado se siente incomprendido y cuestionado, con lo cual, la mayoría de las veces, cae en un estado de desvalimiento y decepción que le llevará a un mutismo posterior: si no le creemos, no volverá a hablar. A esto se añade el reproche de los compañeros que, si el tema trasciende porque no se ha tratado con la necesaria confidencialidad por parte de los adultos, le llamarán «chivato«. Esta palabra es, en los centros educativos, la mordaza contra el acoso escolar, porque no hay nada peor que ser considerado «chivato». Y esto es así porque la falta de formación del profesorado en temas de bullying hace que los docentes sean incapaces de desmontar esa palabra y de hacer ver a los alumnos que alguien que dice que le están maltratando o que están maltratando a otro no es chivato; por el contrario, es valiente, solidario, empático… y lucha por la VERDAD y por la JUSTICIA, conceptos éstos que deberían ser sagrados en las aulas.
¿Qué deben hacer los adultos para facilitar que un menor confiese lo que le pasa? Aplicar la Regla de las 3 A:
ACOGER: Hay que buscar un lugar tranquilo, que invite a la confidencia, para que la víctima se sienta segura y protegida en ese espacio. Hay que animarla a que nos cuente, mostrando receptividad e interés: «Estoy disponible para ti«. Es el momento de escuchar activamente, no de hablar. Sólo debemos intervenir en el caso de que se bloquee o le cueste seguir. Jamás hay que dudar de lo que nos está contando. Debe sentir que le damos toda la credibilidad desde el primer momento. Y hemos de ser conscientes de que, por vergüenza o temor, y por lo mucho que le cuesta revivir los hechos, es muy probable que cuente sólo una pequeña parte de lo que le está pasando. Cuando termine de explicar, hay que agradecerle su valentía y su confianza y decirle que comprendemos su sufrimiento y que puede seguir acudiendo a nosotros en cualquier momento.
APOYAR: Es el momento de consolar y de decirle que estamos a su lado. Con nuestra mano en su hombro o en su brazo, hemos de hacerle sentir nuestro calor y afecto, y hacerle saber que cuenta con nuestro respaldo y con nuestra ayuda incondicional. Necesita que le transmitamos la seguridad y confianza que no ha tenido hasta ese momento.
ACTUAR: Es probable que, de momento, no sepamos lo que podemos o lo que debemos hacer. No importa. Encontraremos el modo de actuar y de hacerlo bien. No pasa nada por transmitir a la víctima nuestro desconocimiento, siempre que le hagamos saber que vamos a encontrar la solución. También es conveniente que sepa que ACTUAREMOS «CON ÉL» Y NO «POR ÉL». Esto es muy importante porque se ha demostrado que, para que su recuperación sea efectiva, es imprescindible su participación directa en la solución. Seamos padres o profesores, actuar implica recabar con rapidez toda la información. La familia deberá informar rápidamente al colegio y solicitar su colaboración. Los docentes deberán, inmediatamente, moverse en tres direcciones: blindar a la víctima, frenar al acosador y posicionar a los testigos. Es posible que, después del sufrimiento acumulado, acompañado frecuentemente de frustración, baja autoestima, desvalorización… la víctima necesite apoyo terapéutico, pero lo que está claro es que, en la mayoría de los casos, también lo necesita el agresor: hay que buscar qué le lleva a tener esa conducta. En cuanto a los testigos, es conveniente abordar el tema de modo efectivo en las tutorías para que entiendan que ellos son fundamentales: si ellos hablan, se acaba el acoso. Si el asunto es muy grave o hay lesiones, hay que acudir a un centro médico y denunciar. También se puede acudir a Inspección, al Defensor del Menor o a una asociación.
En cualquier caso, hay tres cosas que la víctima necesita escuchar de labios de quien recoge su testimonio:
YO SÍ TE CREO, CUENTAS CONMIGO Y JUNTOS VAMOS A SOLUCIONAR ESTO.